Artículo de Gerardo Gil, ampliación del ya publicado en el
núm. 9 de
«La Troje» en agosto de 1990. Describe los lugares donde se
conseguía agua en la villa y su término.
En la
década de los cincuenta, cuando los tractores no habían hecho su aparición, existía un
número de caballerías con las que se realizaban los trabajos en el campo que hoy hacen o
pueden hacer una decena de tractores.
El número de yuntas estaba alrededor de ochenta, lo que contabilizaría ciento sesenta
acémilas. Teniendo en cuenta que en muchas casas había también algún borrico u otra
mula de non, el número total de estos animales podría ascender a doscientas cabezas.
Serían por tanto doscientos animales que un día cualquiera se encontrarían repartidos
por los campos de Hita, siendo normal al desparramar la vista ver por todas partes
siluetas de estas bestias. Así mismo eran típicas las retaílas que se formaban en los
caminos y que confluían en las entradas del Pueblo.
Era normal, para no perder tiempo en idas y venidas, ir a trabajar para "todo el
día", quiere decirse que se llevaba el labrador su comida y el pienso de sus
animales. Como es lógico, siempre que se podía los yunteros se juntaban a comer al lado
de algún manantial. Esas fuentes están desaparecidas en su mayoría, pues al no ser
necesarias se han ido cegando, no quedando más que un humedal de juncos y maleza.
En el estío eran como pequeños oasis. Yo pienso que siempre que alguien se acercaba a
saciar su sed o a disfrutar del frescor del agua, las fuentes ejercían una atracción tal
que hacían caminar cada vez más deprisa al lugareño a medida que aumentaba su
proximidad.
Un charco
cristalino de no más de un metro de diámetro, un bote con un agujero sobre una piedra,
unas piedras donde apoyar las rodillas y poder así también beber de bruces, algún
excremento de rata de agua, quizás alguna sanguijuela, el fondo a no más de una cuarta
de profundidad, de arena limpísima y un glu-glu caprichoso del agua que al brotar de la
tierra impulsa los pequeños granitos de arena formando minúsculos cráteres.
Sus nombres nada originales obedecían siempre al lugar del campo donde se encontraban.
Así, entre las más importantes teníamos: la fuente de la Paloma, la del Tejar, la del
Badillo, la de la Andehuela, la de Dovín, la del Cubillo, la de los Tajones, la de Camino
del Monte, la de los Ángeles, la del Conejo, la del Prado, la de Peña El Gallo, la de
Perdiguel y la de Valdemoro. Habría que añadir alguna noria o pozo en algunas huertas,
así teníamos: Palomares, Frías, Andehuela, Anchuela, tío Edmundo y Pinilla sin olvidar
la ya histórica Fuente Vieja cuya agua es el sobrante del manantial que abastece al
Pueblo pero que, a primeros de siglo, era el lugar de donde había que abastecerse, ya que
un molino de viento metido en un arroyo estaba más veces parado que dando rendimiento.
Los animales, cuando abrevaban en el Pueblo, se tenían que conformar con agua de pozos,
de bodegas (minas) y de tres pilarejos en las afueras del Pueblo. Eran y siguen siendo
tres pequeños manantiales en los cuales se había construido un pilón de piedra. Dos de
ellos, aunque semitapados de erosiones y maleza, aún se pueden observar: uno de ellos se
encuentra en el bacho de Pilarejo, otro está en la ladera del cerro del Castillo a la
izquierda del camino de la Fuente Vieja. El tercer pilarejo, completamente oculto, se
encuentra a unos veinte metros al norte del Centro Médico. Este pilón se abastecía
también de un pozo que recogía al parecer las aguas de lluvia.
En el casco antiguo era
rara la vivienda que no tenía su pozo-aljibe. Estos pozos horadados en el duro légamo,
generalmente no "daban" agua. Ésta era recogida mediante canalones de los
tejados. Al estar el Pueblo en ladera, entre los pozos había filtraciones y se daba el
caso de que algunos disponían de agua durante las cuatro estaciones. Su antigüedad es
difícil predecir pues se dan casos que su ubicación se encuentra en medianerías de
casas muy antiguas. En su mayoría solían estar en los corrales o bien en los patios
interiores.
Un brocal, una garrucha y una pila de piedra como abrevadero formaban el típico conjunto.
Algunos abuelos del pueblo me han ayudado a ubicarlos en un plano de Hita. Seguramente no
están todos los que son, pero sí son todos los que están aunque la mayoría han
desaparecido sirviendo de escombrera.
Estas historias, pequeñas historias, son el reflejo de que lo que no sirve desaparece,
aunque algunas de ellas hayan desaparecido contra toda lógica para el pensamiento actual
o futuro. Ejemplos no faltan.