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nº 14 Agosto 1994

Un Cerro y Mil Espejos

Hace tiempo, casi una década, una mujer de la Urbanización nos invitó a merendar a su casa. De aquella visita únicamente guardo nueve palabras y una imagen: al abrir la puerta del chalet todo el cerro de Hita quedaba reflejado en un gran espejo colocado estratégicamente en el recibidor. ¿Ves?, -dijo- así tengo todo Hita metido en mi casa. No sé por qué he conservado este trocito espacio-temporal en la memoria ni tampoco por qué, precisamente ahora, lo rememoro, pero eso es lo de menos. Lo cierto es que me ha sido de gran utilidad en estos momentos para superar esa incertidumbre que uno experimenta al sentarse ante un folio inmaculado. Ustedes se preguntarán ¿a cuento de qué viene todo esto?. Y yo podría contestarles "Señores, ¡de alguna manera tengo que ensuciar este papelajo y esto es lo primero que se me ha venido a la cabeza!. Pero -si alguno así lo prefiere- podría adoptar un tono intimista y sentimental diciendo que la historia del pueblecito y el espejo es lo que mi memoria ha evocado cuando me he decidido a escribir sobre lo que para mí es Hita. Y así, al igual que Hita estaba metido en la casa de aquella buena señora (de cuyo nombre no puede acordarme porque nunca conocí), también yo tengo mi propio espejo y mi cerro reflejado en él. Es el mío un cerro más fuerte y sólido que el de tierra y piedras, y también mucho más difícil de definir porque no es algo ya hecho terminado sino que se va dibujando y definiendo a medida que vivo. Huelga decir que no es necesario ser oriundo de un lugar para encontrar en él tus raíces, especialmente si se viene de lugares masificados, tierras de nadie y de todo el mundo. Yo así lo creo y así lo siento ahora y aquí, en el Palenque, en la plaza, en las ruinas de San Pedro... Con los lugares me sucede como con la amistad. Sé identificar las auténticas cuando el silencio se convierte también en un modo de lenguaje eficaz. Del mismo modo sé a que lugares pertenezco porque soy capaz de escucharme en ellos sin ningún esfuerzo, porque soy capaz de sentir que formo parte de ellos y que ellos también me pertenecen. Todo lo que yo he sentido sobre estas calles tan costosas de subir, en cada uno de sus rincones, es mi cerro. El suyo será lo que en cada uno de sus espejos quede reflejado. Y, al mismo tiempo, Hita es lo que todos nosotros, junto a los que nos antecedieron y a los que nos sucederán, grabamos sobre sus silenciosas piedras.

Gema Garrido


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