En la vaguedad de los principios asociativos, era más una
necesidad de posibilidades estructurales para un entorno rural con escasos
medios. Después, allá por 1985 en los albores del movimiento asociacionista,
la reactivación, mejor, la construcción.
Unos pocos entusiastas, con mucho corazón puesto en sus
inquietudes, creyeron poder hacerlas extensibles a buena parte de la población
y en gran medida así lo consiguieron, pero: ¿la asamblea tomó conciencia del
grado de compromiso que una actividad de este tipo nos exigía? ¿Los años de
actividad frenética impidieron un asentamiento más sosegado? ¿No supimos
consolidar ese impulso para encauzar esa corriente? ¿No supimos ver que un
invento de este tipo pudiera tener mejor acogida por el hecho novedoso que
suponía que por la propia filosofía del proyecto? La Asociación estaba de
moda y por definición fue dejando de estarlo, y por inducción poco ayudó y
ayuda que se substancie el narcisismo más rijoso, se proyecte la
autocomplacencia más abyecta, se valore exclusiva y cicateramente en
proporción monetaria al montante de su cuota; se entienda en su sentido
práctico, en el sentido más carnal de la palabra; se satisfagan desencuentros
personales, se busquen intereses propios de distinto calado; se la tome como
arma, como escudo. ¡Qué esta asociación dé tanto y tan poco que hablar a la
vez! En otra dimensión más benevolente podríamos achacar periodos históricos
de altibajos como un proceso lógico y normal, también variantes sociológicas
genéricas como la deshumanización, el estrés y el devoro psicológico.
Vino el olvido, y después un nuevo intento de volver
(escuela de "Robinsones"), lo que cuesta resucitar un muerto, y haría
falta mucha labor para aventar el yermo; se fueron levantando los mismos palos
del sombrajo, la misma huerta con distintos hortelanos, y los nuevos frutos que
no acaban de cuajar y los viejos aglutinantes que están gastados no sirven sino
para recordar que todavía respira.
Va ya para largo que la acción asociativa desemboca en la
consumación de los hechos por los hechos, los cuales ejecuta la junta directiva
de turno, y se hacen cosas, que ahí están y será plausible, que mérito
tiene, y tendrá sus repercusiones positivas y si han de hacerse bajo la bandera
de sus siglas hasta pudiera ser loable, pero seguiremos siendo un testaferro.
¿Sabemos dónde está el respaldo de sus actuaciones? ¿Valen tan sólo las
miradas? ¿Dónde la asamblea?. Todas estas preguntas que responden a un
problema congénito, no sé sin solución o sin resolver, acaban comiendo la
moral -y hablo desde la experiencia personal- a quienes asumen la labor
administrativa de la asociación y por tanto, a la institución misma. Un grito
en el desierto para que dejemos de miramos al ombligo, de señalar con el dedo y
asumamos todos la parte de responsabilidad que nos corresponde por exceso, por
defecto o por inacción, que no es minina.
Va siendo hora de recapitulaciones y de que busquemos un
debate en profundidad sobre los fundamentos y el modo y quién se encuentre con
fuerzas que se aúpe y a quién le resulte atrayente que esté a su lado.
Y si por el contrario, con el voto del silencio y la
participación puramente presencial validamos lo que hasta ahora venimos siendo,
será que tiene que ser así, es otra posibilidad con carta de naturaleza.
Quince años, en un sentido u otro, la huella en la
conciencia colectiva e individual, el aprendizaje en pautas de actuación
social, la forja de algunos caracteres personales, el ejercicio del debate
dialogado y a veces el de sordos, los desaciertos y hasta los errores, la
consecución de muchos fines encomiables. Las causas y los resultados de todo
esto se pueden sentir y tocar, un ejemplo vivo: esta revista.
José Ignacio Blas Alonso